Allá por noviembre del 95, en mi primer viaje a Londres para visitar a mi esposa (que por entonces era mi novia), conocí a sus maravillosos tíos Fátima y Antonio. María había ido allí a trabajar y a mejorar su inglés, y se alojaba en casa de ellos. Tuvieron la amabilidad de que yo me quedase allí también. La primera noche, después de cenar, el tío Antonio se encendió un cigarro y me preguntó si yo fumaba. Ante mi silencio y mi cara nada convincentes, él se dio cuenta de la situación y me dijo: ¡o sea, que sí fumas!, ¿y quién no te deja fumar?, ¿¿ésta?? (por María, claro). Y entonces cogió 2 cigarros de su paquete y me los metió a la vez en la boca:
¡pues si fumas, a fumar!, ¡que estás en mi casa!
Y ese fue mi primer encuentro con el tío Antonio. Hubo varias anécdotas más con él a lo largo de estos años, pero ésta por ser la primera es la que más recuerdo.
Hasta siempre, tío Antonio.